COMIENZOS LITERARIOS

Érase una vez una princesita delicada de cabellos dorados, llamada Victoria, que creía de todo corazón en los cuentos de hadas y en la eterna felicidad de las princesas.


Marcia Grad: La princesa que creía en los cuentos de hadas.

Me llamo Manolito García Moreno, pero si tú entras a mi barrio y le preguntas al primer tío que pase: - Oiga, por favor, ¿Manolito García Moreno? El tío, una de dos, o se encoge de hombros o te suelta: - Oiga, y a mí qué me cuenta. Porque por Manolito García Moreno no me conoce ni el Orejones López, que es mi mejor amigo, aunque algunas veces sea un cochino y un traidor y otras, un cochino traidor, así, todo junto y con todas sus letras, pero es mi mejor amigo y mola un pegote.


Elvira Lindo: Manolito Gafotas.

El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. <Siempre soñaba con árboles>, me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato.


Gabriel García Márquez: Crónica de una muerte anunciada.

Se me permitirá que antes de referir el gran suceso de que fui testigo diga algunas palabras sobre mi infancia, explicando por qué extraña manera me llevaron los azares de la vida a presenciar la terrible catástrofe de nuestra Marina.



Benito Pérez Galdós: Trafalgar.

Robert Langdon tardó en despertarse. En la oscuridad sonaba un teléfono, un sonido débil que no le resultaba familiar. A tientas buscó la lámpara de la mesilla de noche y la encendió. Con los ojos entornados, miró a su alrededor y vio el elegante dormitorio renacentista con muebles estilo Luis XVI, frescos en las paredes y la gran cama de caoba con dosel.

Dan Brown: El Código Da Vinci.

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